Los abismos de la desesperación
El oficio de narradora en Laura Santullo (Montevideo, 1970) se despliega naturalmente entre la literatura y el cine. En 2005, la autora publicó el libro de cuentos El otro lado en la Colección Lectores de Banda Oriental. Aquel volumen incluía un relato inquietante titulado «La zona», que se puede emparentar, por su manejo del suspenso y la preocupación de índole social, con la novela que el mismo sello presenta en esta ocasión: Un monstruo de mil cabezas. Esta tuvo una edición nacional a través de Estuario en 2013 (en la colección de policiales «Cosecha roja») y en 2015 fue editada en México por Planeta. Además, Santullo escribió literatura orientada a un público infantil (Un globo de Cantoya, El año de los secretos, Llegaron con el viento). El otro Tom, su última novela, narra el drama de una madre soltera y su hijo, diagnosticado con trastorno por déficit de atención e hiperactividad. En diálogo estrecho con su faceta de escritora se encuentran los múltiples trabajos fílmicos realizados en colaboración con el director Rodrigo Plá (La Zona, Desierto adentro, La demora, Un monstruo de mil cabezas, El otro Tom).
Un monstruo de mil cabezas es una narración coral y de corte realista, que se desarrolla a lo largo de 24 horas. El esposo de Sonia Bonet tiene cáncer pero Alta Salud, la aseguradora médica, se rehúsa a financiar el tratamiento. La mujer, acompañada de su hijo adolescente, se interna en una trama compleja de corporaciones e intereses para intentar salvar la vida de su marido. Santullo presenta el cuadro dramático desde las primeras páginas, imponiendo un ritmo subjetivo que se desenvuelve a velocidad de vértigo por la urgencia de la grave enfermedad. Sonia es la encarnación de la rabia frente a un sistema que disminuye la dignidad humana en favor del dinero: «estaba rabiosa y quería obtener un resultado distinto a la displicencia con la que nos habían tratado. Y las armas funcionan para que te escuchen». El filósofo Byung-Chul Han observa que la sociedad actual tiende a neutralizar la rabia, ya que es «una facultad capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo». Dominada por esta fuerza irrefrenable y portando un arma de fuego, Sonia se adentra en el mundo de la corporación, de su interminable cadena de mandos, para reconquistar el derecho a la palabra que le fuera sustraído.
Así es que Un monstruo de mil cabezas enfrenta al lector al dilema de los medios y los fines. La de Sonia es una acción solitaria, individual, desprovista de un plan o deliberación alguna. Ella porta un arma porque asumió que las palabras no alcanzan para mover los engranajes –los «protocolos»– de un sistema de salud corrompido en sus estructuras más arraigadas. El revólver rompe la desigualdad que imponen las jerarquías y es la respuesta a una empresa que se rige por una lógica deshumanizante. La estricta línea divisoria que separa al débil del resto de la sociedad se traduce en la novela mediante una elección estructural: alternar entre capítulos titulados «Ella», que dan cuenta de la versión de Sonia, y «Los otros», que presentan las declaraciones de los implicados, directa o indirectamente, en los hechos. Se potencia de esta forma la sensación predominante de una mujer sola contra el mundo. Sin embargo, la distribución de voces matiza la mirada, haciendo de la ficción un escenario polémico en el que se reflejan los claroscuros de una realidad compleja.
La autora explota con precisión el recurso del interrogatorio y las perspectivas múltiples. De este modo, el discurso se construye también en sus rodeos y omisiones, ya que el testimonio está supeditado a las trampas de la memoria: quien declara no siempre recuerda (y a veces, incluso, elige no decir). Las perspectivas cambian y la violencia (la individual e identificable que ejerce la protagonista, pero también la sistémica que no se deja ver de tan normalizada) incorpora diversas lecturas. Se construye una constelación de voces y subjetividades que tiene como centro el secuestro de un jerarca de la compañía de seguros. La mujer que lo lleva adelante ve caer, una a una, las convicciones que la sostuvieron a lo largo de su vida: «Dónde había dejado yo la paciencia y la otra mejilla, dónde la no violencia y el amor al prójimo y todas esas cosas justas en las que habíamos creído durante tantos años». En las novelas de Santullo la situación límite –enfermedades, accidentes– no solo trastorna la normalidad que desencadena la acción: también muestra los giros inusitados que puede tener un individuo cuando se asoma a los abismos de la desesperación.
Porque Sonia es, ante todo, una mujer desesperada. Su proceder es temerario, irracional, carente de lógica. Y eso la vuelve profundamente humana a los ojos del lector. Es que, como ella misma expresa, la «habían expulsado a patadas del mundo de lo razonable, de la creencia en una sociedad civilizada». Está, si se quiere, en los dos lados: es criminal y al mismo tiempo revela los secretos de una práctica corrupta; se improvisa y se inventa a sí misma en este doble carácter para visibilizar la cara criminal del capitalismo contemporáneo. En la búsqueda ciega de una salvación para su marido infringe y desentraña, rompe las leyes y denuncia las formas de un negocio cínico y legitimado, que pone las ganancias por encima de la vida. Frente a la ausencia de control público, Sonia se propone encontrar al responsable moral de la injusticia cometida contra su marido, pero «Alta Salud es un monstruo de mil cabezas y ningún cerebro; allí dentro nadie está pensando en los pacientes, ni en su salud, ni en su vida ni en su muerte, en realidad no están pensando en absoluto». La mujer arranca las conclusiones a punta de pistola y a partir de las experiencias que le provee la realidad, esa misma que la pone por fuera de la ley.
Un monstruo de mil cabezas, que se inserta en la tradición de la serie negra, postula aquello que Ricardo Piglia reconociera como un rasgo propio del género: «el único enigma que proponen –y nunca resuelven– las novelas de la serie negra es el de las relaciones capitalistas: el dinero que legisla la moral y sostiene la ley es la única «razón» de estos relatos donde todo se paga». Como una de las recepcionistas de Alta Salud, el monstruo al que refiere el título parece repetir una y otra vez la misma pregunta: «¿Y cuál era mi responsabilidad en todo el asunto, si se puede saber?». La rabia se transforma en impotencia frente a la impersonalidad corporativa: allí donde debería haber un culpable, hay accionistas y funcionarios. Se trata de un policial negro que, al tiempo que narra el colapso psíquico de una mujer acorralada por una situación de vida o muerte, denuncia la confabulación de nuestra actual crisis civilizatoria.
Mathías Iguiniz